La relación entre agua y bosque es
estrecha y se torna vital en una provincia como Córdoba, donde cada vez más
habitantes saben de qué se trata cuando se habla de crisis hídrica.
La relación entre agua y bosque es estrecha y se torna vital en una
provincia como Córdoba, donde cada vez más habitantes saben de qué se trata
cuando se habla de crisis hídrica.
Las montañas prestan servicios relevantes a la humanidad. Uno de los más
valiosos es la captación de agua de lluvias y neblinas, su almacenamiento y su
posterior provisión a arroyos y ríos.
Ese aporte se percibe más en regiones como Córdoba, con una estación seca
bien marcada. Aquí, de mayo a octubre, las precipitaciones bajan notablemente.
En esa época, los ríos bajan su caudal y el agua que llevan es, sobre todo, la
acumulada durante el verano en los suelos, que paulatinamente va surgiendo por
las vertientes.
Cuando la cubierta vegetal serrana se pierde, gana la erosión. Sin verde,
en vez de suelos hay piedras. Y sin suelos, ese tanque de agua empieza a
funcionar mal.
Con vertientes secas, ya no hay aporte de agua en los meses de sequía.
Además, por la erosión, las lluvias de verano son cada vez menos retenidas en
las laderas de los cerros y bajan erosionando aún más los suelos, colmatando
más los diques con sedimentos y generando crecidas de mayor riesgo.
Con menos vegetación en las sierras, se agudiza tanto la crisis hídrica que
sufre Córdoba en los meses de sequía como el riesgo de las crecidas en la
estación de lluvias.
Daniel Renison, biólogo e investigador del Conicet y la UNC, plantea que
entre los factores que produjeron la mayor reducción del bosque nativo en las
últimas décadas en las sierras cordobesas aparecen el sobrepastoreo (ganadería
en modalidad y carga superior a la que el ecosistema tolera) y los incendios.
Antes, ayudó en ese proceso también la tala para leña. Más recientemente se
agregaron, sobre todo en la zona serrana más baja, el crecimiento de las
urbanizaciones y la aparición de especies exóticas que avanzan sobre las
nativas generando a veces más problemas que beneficios ambientales.
En las cuencas altas serranas, por sobre los 1.500 metros, donde crecen
pastizales y sólo pequeños bosques de tabaquillos y maitenes, y donde nacen
casi todos los arroyos que nutren a los ríos, queda poco en pie. “En la zona
alta de las Sierras Grandes, estimamos que, del 50 por ciento que estaba
cubierto con bosques nativos alguna vez, queda menos del 15”, apunta Renison.
Un equipo de biólogos cordobeses que incluye a Renison, Diego Gurvich y Ana
Cingolani, entre otros, viene estudiando comparaciones de aportes de agua de
zonas serranas con adecuada y deficiente cobertura vegetal. Algunos resultados
preliminares muestran un mayor aporte de agua durante la estación seca de las
zonas con cobertura vegetal nativa respecto de las que ya perdieron suelos. Ese
estudio confirma además que la calidad del agua que baja de esos sectores es
muy superior a la de las áreas ya erosionadas. Y menor calidad implica más
dificultades y costos para potabilizarla.
“Si bien todos los bosques influyen en la buena calidad del agua, en
general es mayor la influencia de los cercanos al cauce de los ríos y arroyos”,
apunta Renison.
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